No tenía aún mis ideas demasiado
claras cuando me subí a aquel pequeño barco
de vapor. Mis padres me arrastraban hacia la rampa que conectaba el puerto
con la cubierta, y yo me resistía ligeramente, pero al final lograron
convencerme. El barco zarpó y yo era reacia a soltar sus manos. Personajes de
lo más extraño me rodeaban: un mono
imitamonos, un lápiz de una tal Rosalía, una chica llamada Quisicosas, un niño
con un papá mago, una extraña que decía ser superfamosa…
Poco a poco fui cogiendo
confianza con ellos. Todos tenían unas historias extrañísimas que contar, y yo
escuchaba con gusto. Muchos se convirtieron en mis amigos, e incluso a día de
hoy conservo algunas de esas amistades.
Pasado el tiempo, el barquito
llegó a una ciudad de lo más pintoresca. Nada más atracar, un chico llamado Nino Puzzle y su amiga Mila se me
acercaron y me pidieron por favor que les ayudara a resolver el misterio que Kika, una chica un poco extravagante
que decía que había perdido a su ratoncito de peluche, vital para ser la superbruja
que afirmaba ser. Con ayuda del Capitán
Calzoncillos y alguna que otra bruja más logramos encontrar al pequeño ratoncillo, que se escondía detrás de un melocotón gigante.
Un día, mientras paseaba
tranquilamente, encontré en un banco un libro que captó mi atención. En la
portada había un dibujo que representaba a dos serpientes enroscadas. Y fue en
el momento en el que lo abrí cuando dio inicio esta historia interminable. De repente apareció surcando el cielo un
enorme dragón blanco llamado Fujur que portaba a lomos a un chico que se hacía
llamar Atreyu.
– Acompáñame – me dijo – .
Necesito tu ayuda.
Yo monté sin dudarlo un instante,
y emprendimos un vuelo hacia quién sabe dónde.
Y volando y volando llegamos a la
tierra de los tres soles y las tres lunas, a la tierra de las serpientes
voladoras, de los Nigromantes, de los dragones y de los unicornios. Llegamos a
la tierra de los idhunitas. Pero
nada más aterrizar, un ejército de vampiros brillantes nos atacó. Fue entonces
cuando vi el crepúsculo de mi
infancia y el amanecer de mi
adolescencia. Durante esta batalla conocí a un chico con un corazón mecánico, le puse dos velas al diablo, me hice amiga de Marina, maté una y otra vez a los amantes de Shakespeare, y encontré un armario de madera de Baobab que contenía secretos
inimaginables, como una varita de sauco
y una capa de invisibilidad.
Después vino una luz blanca como la nieve, y un nuevo
amanecer, rojo como la sangre.
Ocho veces jugué y perdí al ajedrez, ayudé en la construcción de
una impresionante catedral cerca del mar
de Barcelona, entre una espesa niebla
hablé con un tal Unamuno que pretendía matarme, me compré un pijama de rayas, tuve que limpiar mi oxidada armadura y descifrar un par de códigos de tipos como Da Vinci. Subí a tres metros sobre el cielo con la ayuda
de alguna que otra canción dedicada a
Paula, hablé con cierta historiadora
que me descubrió el nombre del viento,
escuché un par de historias de cuervos y
gatos negros, jugué a pasar hambre
y casi me matan junto a diez negritos…
Es, como ya he dicho, una
historia inteminable.
Por suerte, aún sigo en contacto con Fujur y Atreyu.
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